Pepe Mujica, el último presidente con tierra en las uñas y cielo en la mirada

Hay hombres que dejan este mundo como una vela que se apaga en la madrugada: sin estruendo, sin aspavientos, pero dejando una luz tibia flotando en el aire. Hoy, esa luz lleva el nombre de José “Pepe” Mujica. No fue un estadista de catálogo ni un revolucionario de merchandising. Mujica fue —y seguirá siendo en la memoria— una rara especie: el político que no se dejó devorar por la política. En un tiempo donde la humildad cotiza menos que el cinismo y los discursos se escriben con algoritmos, él se mantuvo firme como una semilla terca en un campo de cemento. Había en su voz algo que no se puede fingir: verdad. Y en sus silencios, aún más. Exguerrillero tupamaro, prisionero por más de una década en condiciones inhumanas, presidente del Uruguay con un escarabajo azul como único lujo y una chacra modesta como residencia oficial, Mujica vivió como predicó. Es decir, al revés del manual contemporáneo. Lo suyo no fue una pose, fue una postura. No coleccionó poder, sino coherencia. No habló de...